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Unidad 6: Hispania prerromana y romana

1. Hispania prerromana

 

Durante el primer milenio a.C., multitud de tribus se asentaron en la Península Ibérica. Aunque muchas de ellas poco tenían que ver entre sí, las hemos agrupado en culturas para nuestra comodidad a la hora de estudiarlas. Las principales culturas son: los íberos, que se asentaron en la costa mediterránea y prelitoral; los celtas, que habitaban el norte y el oeste; Los celtíberos, en el centro de la Península, y los tartésicos, en el extremo suroeste, donde hoy se sitúan Huelva, Sevilla, Cádiz y parte de Badajoz.

​​

1.1 Pueblos peninsulares

 

1.1.1 Reino de Tartessos


Parece que entre los siglos VIII y VII a.C. fue un reino muy rico, pero sabemos muy poco de ellos. No sabemos si fueron población autóctona o una colonia fenicia que se asentó allí.
Sabemos que su economía dependía de la minería, y que eran grandes orfebres. Intercambiaron metales con los griegos y fenicios, y estos, a cambio, les regalaron cerámicas, perfumes y joyas y, supuestamente, les enseñaron a escribir, pero hay quienes afirman que los tartésicos fueron los inventores de la escritura en la Península Ibérica. . Nos han legado obras de orfebrería como el Tesoro del Carambolo, el Candelabro de Lebrija o el Bronce Carriazo.

 

1.1.2 Celtas

Aunque siempre se ha dicho que es un pueblo indoeuropeo (proveniente de Ucrania y del sur de Rusia), hoy en día se piensa que gran parte del pueblo celta era originario de la Península Ibérica. Al igual que los íberos, la cultura celta está formada por multitud de pueblos: vettones, lusitanos, astures, galaeci, etc.
Aparecen restos celtas de antes del primer milenio, en la Edad del Hierro. No tenían lengua escrita, pero nos han legado sus casas circulares (castros) o sus esculturas de toros o cerdos de granito (la llamada Cultura de los Verracos), como los famosos Toros de Guisando o el verraco del puente romano de Salamanca

1.1.3 Íberos

Parece que aparecieron en la Península hacia el siglo VII a.C. y se desconoce su origen real. Se asentaron en la costa y prelitoral mediterráneo y vivieron en casas rectangulares en pueblos amurallados. Muy influenciados por los griegos foceos llegados a Hispania a través del Mediterráneo, sus creaciones artísticas nos recuerdan a ellos, como las damas famosas (Elche, Baza, Cerro de los Santos) o la escultura zoomorfa Bicha de Balazote. También aprendieron de los griegos el uso de la escritura y el pago con monedas.

1.2 Colonizadores

1.2.1 Fenicios

​Llegaron a la Península Ibérica en el siglo VIII a.C. Algunas teorías sostienen que el reino de Tartessos fue una colonia fenicia, mientras que otras dicen que fue autóctono.
Fueron excelentes marineros y comerciantes, y fundaron colonias comerciales en la costa
que luego se convertirían en ciudades: Gadir (Cádiz), Malaca (Málaga), Sexi (Almuñécar) o Abdera (Adra). Cuando la civilización fenicia decayó, los cartagineses ocuparon sus colonias.

1.2.2 Griegos


Llegaron en el siglo VII a.C. y, al igual que los fenicios, fueron grandes marineros y comerciantes. De hecho, vinieron atraídos por las riquezas de Tartessos desde la ciudad griega de Focea, en Asia Menor. Fundaron varias colonias en la costa mediterránea que luego se convirtieron en ciudades, como Emporion (Ampurias), Rhode (Rosas) o Hemeroskopeion (Denia). Además, llamaron Iberia a toda la región porque se encuentra alrededor del río Iber (Ebro).

1.2.3 Cartagineses


Fue una colonia fenicia del norte de África (hoy, Túnez) que se enriqueció tanto con el comercio y las conquistas que acabó separándose del reino fenicio. En el siglo VIII a.C. fundaron Ebussus (Ibiza) y allí se han encontrado restos de su cultura, como la famosa Dama de Ibiza.
En el siglo III a. C. se establecieron en la Península Ibérica, conquistando las antiguas colonias griegas y fenicias. También fundaron Akra-Leuke (Alicante) y Qart-Hadasht (Cartagena). En la Península Ibérica se enfrentaron a sus enemigos, los romanos, que llegaron a la Península Ibérica hacia el 230 a.C. Como no querían volver a entrar en guerra (la Primera Guerra Púnica data del 246 a. C.) firmaron el Tratado del Ebro en el año 226, que establecía la frontera entre ellos sobre el río: al norte del Ebro se asentaron los romanos y al al sur, los cartagineses. Sin embargo, hubo una excepción: la ciudad de Sagunto (en la zona cartaginesa) era una especie de protectorado romano. Los cartagineses atacaron Sagunto y Roma fue a defenderla. Así comenzó la Segunda Guerra Púnica (218-202 a. C.), en la que los romanos derrotaron definitivamente al líder cartaginés Aníbal Barca en Zama (Túnez, 202 a. C.).

2. Otras guerras

 

2.1 La guerra lusitana
 

En el siglo II a.C., durante la conquista de Hispania, los romanos lucharon contra los lusitanos, un pueblo de cultura celta que habitaba aproximadamente lo que hoy es el centro y sur de Portugal y Extremadura. Su líder, Viriato, derrotó a los romanos en varias ocasiones, hasta que fue traicionado por sus propios generales, a quienes los romanos habían prometido mucho oro. Pero lo que aquellos no sabían es que Roma no paga traidores.

 

2.2 Las guerras celtíberas (siglo II a. C.):
 

Los romanos continuaron avanzando por la Península de este a oeste, declarando la guerra a los pueblos celtíberos. Uno de ellos, los arévacos, se refugió en su capital, Numancia, hoy provincia de Soria. Allí resistieron heroicamente el asedio de los romanos. La tradición dice que cuando se acabó la comida, decidieron quemar la ciudad y suicidarse antes que rendirse y ser esclavos de Roma.
 

 

2.3 Las Guerras Cántabras (siglo I a.C.):

 

Con ellas culminó la conquista romana de la Península Ibérica. Tuvieron lugar entre el 29 y el 19 a.C. y el propio emperador Augusto tuvo que venir a Hispania para poner fin a la guerra, ya que cántabros y asturianos no fueron fáciles de derrotar.

3. La organización política de Hispania

Hacia el final de la Segunda Guerra Púnica, los romanos expulsaron a los cartagineses de Hispania (206 a.C.), y, aunque no dominaban la Península entera, en 197 a.C. hicieron la primera división territorial en Hispania Citerior (cercana) e Hispania Ulterior (lejana).

Tiempo después, ya con Augusto como dominador total de Hispania, la dividió  en el 27 a.C. en tres provincias: Tarraconensis (con capital en Tarragona -Tarraco-), Lusitania (con capital en Mérida -Emerita Augusta-) y Bética (con capital en Córdoba -Corduba-).

A finales del siglo III (298 d.C.) el emperador Diocleciano, dividió estas provincias en secciones más pequeñas llamadas diócesis. Así consiguió que, al ser territorios más pequeños, fueran más fáciles de gobernar y de defender en caso de guerra. Esta nueva división se denominó 'Diocesis Hispaniarum', y dio lugar a siete provincias (diócesis): Gallaecia, Tarraconensis, Carthaginensis, Lusitania, Bética, Balearica y Mauritania Tingitana, esta última en el norte de África. Esta división subsistió prácticamente hasta el final del Imperio.

4. La romanización de Hispania

 

Como otros territorios del Imperio, la cultura romana se fue asentando paulatinamente en Hispania: lengua latina, derecho romano, dioses paganos romanos y posteriormente cristianismo, etc.
Por otro lado, varias ciudades fueron fundadas por el ejército romano a modo de campamentos: Mérida (Emerita Augusta), Zaragoza (Caesaraugusta), Astorga (Asturica Augusta), León (Legio), Barcelona (Barcino) o Tarragona (Tarraco). Además, en Hispania nacieron algunos emperadores romanos, como Trajano, Adriano o Teodosio.

5. Economía

La economía romana se basó en tres vertientes: agricultura, minería y comercio.
En cuanto a la agricultura, los cultivos más habituales son los que componen la llamada 'Trilogía Mediterránea': vid, trigo y olivo.
En minería destacaron las minas de oro de Las Médulas (León),
donde se extraía el oro reventando montañas de arenisca con agua a presión (ruina montium).
Con respecto al comercio, los romanos construyeron amplias y largas vías de comunicación para favorecerlo. Por ejemplo, la Vía Augusta, que discurría desde Cádiz hasta la frontera con las Galias; o la Vía de la Plata, desde Emerita Augusta (Mérida) hasta Asturica Augusta (Astorga).

6. Arte​

El arte romano se extendió por toda la península Ibérica. Entre lo que ha perdurado hasta nuestros días, lo más destacado corresponde a la arquitectura. A continuación se citan algunos ejemplos destacables:

  • Acueductos, como los de Segovia o Mérida.

  • Teatros, como los de Mérida, Sagunto, Cartagena o Segóbriga.

  • Anfiteatros, como los de Mérida, Itálica (cerca de Sevilla) y Tarragona.

  • Murallas, como las de Lugo, Zaragoza o Tarragona.

  • Puentes, como los de Alcántara, Mérida, Salamanca o Córdoba.

  • Templos, como el dedicado a Diana, en Mérida, o el de Vic en Barcelona.

  • Termas, como las de Gijón o Alcalá de Henares.

  • Arcos, como los de Bará (Tarragona), Medinaceli (Soria) y Cáparra (Cáceres).

  • Faros, como la Torre de Hércules, en La Coruña.

  • Circos, como los de Mérida, Tarragona o Toledo.

  • Monumentos funerarios, como la Torre de los Escipiones en Tarragona.

En cuanto a la escultura, había estatuas o relieves, como la Venus de Córdoba o los relieves del Teatro de Cartagena, Murcia.

También había mosaicos en el suelo, como los de Lliria (Valencia) o el de la Casa de Hipólito en Alcalá de Henares, Madrid.

7. Los visigodos
 


​7.1 Orígenes y evolución

Los visigodos fueron un pueblo germánico, procedente del norte de Europa, que se asentó en el sur de Francia y la Península Ibérica entre los siglos V y VII. Al principio, tenían su capital en Toulouse, Francia, pero los francos, que eran sus enemigos, conquistaron toda esa zona y los visigodos no tuvieron más remedio que trasladar su capital hacia el sur, en Toledo.

Los reyes visigodos no heredaban el trono, sino que el monarca era elegido de entre los guerreros más prestigiosos. Esto provocó muchas guerras civiles y la inestabilidad del reino.

En 415 entraron en la Península Ibérica como aliados de los romanos. El Imperio Romano Occidental todavía existía, pero estaba en una situación desesperada. El ejército romano no pudo controlar todos los frentes abiertos y pidió ayuda a los visigodos contra las tribus que asolaban la Península en el siglo V: suevos, vándalos y alanos.
Los visigodos lograron derrotar a estos pueblos y finalmente expulsarlos,
de ahí nació el reino visigodo, cuya capital fue establecida en Toledo por el rey Leovigildo en el año 576.
Sin embargo, había un grave problema: era difícil integrar a la población hispano-romana autóctona, ya que ésta era católica, mientras que los visigodos eran arrianos. Finalmente, en el año 589 se celebró en Toledo un Concilio en el que el rey Recaredo se convirtió al catolicismo. Ahora el reino estaba más unificado.
En 654, la unificación del reino dio un paso más con la publicación del Liber Iudiciorum, un compendio de leyes, por el rey Recesvinto.
Sin embargo, no fue suficiente para evitar las continuas guerras civiles que se produjeron por la sucesión al trono. Esto supuso que las monarquías fueran débiles y los ejércitos divididos, lo que fue aprovechado por los moros musulmanes del norte de África para invadir España en el año 711 (Batalla de Guadalete). Ese fue el fin del reino visigodo.


7.2 Arte visigodo

​El arte visigodo no aporta grandes grandes iglesias ni basílicas, ni esas impresionantes esculturas que conocemos de los pueblos de la Antigüedad. Su arte era más básico y primitivo, pero no de baja calidad. Las pequeñas iglesias rurales de Quintanilla de las Viñas (Burgos), San Juan de Baños (Palencia) o San Pedro de la Nave (Zamora) son hermosas por su sencillez. Una característica destacada de su arquitectura es el uso del arco de herradura, que luego sería adoptado en el arte islámico. Destacan también los capiteles de las columnas, ilustrados con motivos sacros o vegetales. Tenían un finísimo gusto por la orfebrería, ámbito en el que destacan las coronas votivas y las cruces pertenecientes al tesoro de Guarrazar (Toledo).

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